viernes, 30 de enero de 2009

GAZA EN LAS ENTRAÑAS DE EGIPTO

GAZA EN LAS ENTRAÑAS DE EGIPTO

JOSÉ HAMRA SASSÓN

MEDIO ORIENTE, UN MUNDO ENTERO

REVISTA ANTENA RADIO 107.9 FM

29 DE ENERO DE 2009

En solidaridad con Olivia Gall y Alejandro Frank

Egipto es un actor central de la guerra en Gaza y del subsecuente y frágil cese al fuego entre Israel y Hamás. Abordar el papel del mayor país árabe es fundamental para entender el desarrollo de la guerra y dilucidar sobre lo que podría suceder en el futuro.

No es casual que en su primera misión George Mitchell, el enviado especial para Medio Oriente de Estados Unidos, haya realizado su primera escala en El Cairo. El Egipto de Gamal Abdel Nasser “administró” la franja de 1948 a 1967, sin conceder a los refugiados palestinos ningún derecho político tras la independencia de Israel. Durante las negociaciones de Camp David de 1978 con Israel, la franja quedó fuera del acuerdo de paz a solicitud egipcia. El gobierno de Anwar el-Sadat no la quiso de vuelta, a pesar de haber perdido este territorio junto con la península del Sinaí en la guerra del 67. Una vez que Israel se retiró unilateralmente de Gaza en 2005 y Hamás se hizo de su control dos años después, los 11 kilómetros de frontera común entre Egipto y la franja se han mantenido sellados a la par del bloqueo israelí. En otras palabras, la situación en Gaza también es responsabilidad egipcia, incluyendo los túneles que se construyeron para contrabandear, desde su territorio, armas, pero también alimentos, libros y toda clase de enceres y mercancías de primera necesidad. Y es que, consistentemente, El Cairo se ha opuesto a otorgarle algún tipo de legitimidad a Hamás. Cualquier guiño del presidente Hosni Mubarak al movimiento islamista palestino podría poner en aprietos a su régimen. Precisamente, el gobierno egipcio ha hecho lo posible para apuntalar a la Autoridad Nacional Palestina de Mahmoud Abbas antes, durante y después de la guerra.

Vayamos por partes. En primer lugar la guerra en Gaza reflejó las profundas divisiones históricas que imperan entre los países árabes. Uno tendería a pensar que la magnitud de la respuesta militar israelí a los ataques de Hamás los uniría. En realidad, se crearon al menos dos frentes. Uno de ellos, encabezado por Egipto y Arabia Saudita, al que a la postre se uniría Jordania con el fin de boicotear la Cumbre Árabe de emergencia convocada por Qatar a principios de enero. En el otro frente se situaron, Siria y Hezbollah, el partido fundamentalista libanés, junto con el propio Qatar y Mauritania, quienes fueron los únicos países árabes que rompieron relaciones con Israel. Apoyados por Irán, se manifestaron abiertamente a favor de Hamás. Hezbollah, incluso, incitó sin efecto, a los egipcios para levantarse en contra de su gobierno.

Egipto criticó al liderazgo de Hamás desde que decidió no renovar la tregua con Israel a mediados de diciembre y lo culpó de haber provocado los ataques a Gaza. Ahora, busca consolidar el alto al fuego, con lo que pretende menguar el poder de Hamás a través de sus oficios para la reconciliación interpalestina. Entre otras cosas, propone un esquema en el que se restablezca un gobierno de unidad encabezado por la Autoridad Nacional Palestina. Mahmoud Abbas, cuyo mandato presidencial finalizó formalmente el 9 de enero, tendría que convocar a elecciones legislativas y presidenciales que se realizarían a más tardar el próximo mayo. Por su parte, Hamás renunciaría a cualquier acción militar contra Israel. Además, se buscaría reformar a la OLP para integrar a Hamás, una vez que la organización islamista acepte una solución negociada con Israel. A cambio, la Autoridad Palestina y Egipto liberarían a todos los miembros de Hamás que tienen presos.

Aunque encubierto por el esfuerzo diplomático, cabe preguntare a qué se debe el afán de Mubarak por debilitar a Hamás. La respuesta reside en la Hermandad Musulmana, la principal amenaza a su régimen. Los fundadores de Hamás en Gaza se formaron en la Hermandad Musulmana, el primer movimiento de corte fundamentalista islámico, creado en 1928 con el fin de transformar a Egipto en un Estado regido por la Sharía. Mubarak gobierna desde 1981 y se ha perpetuado en el poder tras cinco periodos en los que el oficial Partido Nacional Democrático ha arrasado en comicios poco transparentes. Desde su ascenso al poder, tras el asesinato de Sadat a manos de extremistas islámicos, Mubarak impuso una ley de emergencia que ha coartado las libertades políticas y sociales básicas de los egipcios. En este sentido, ha proscrito a la Hermandad Musulmana y perseguido y apresado a sus miembros, incluso bloqueando sus candidaturas en elecciones universitarias, municipales y nacionales. No obstante, los candidatos independientes adscritos al movimiento islamista que lograron participar en las elecciones legislativas de 2005 ganaron cerca de 20% de los escaños. En un país donde la mitad de sus 80 millones de habitantes sobrevive con dos dólares diarios, el movimiento islamista ha levantado simpatías, sobre todo en las zonas rurales. Además, el régimen de Mubarak se caracteriza por un imperante sistema de corrupción que se ha impuesto a cualquier tipo de reforma económica.

Ante el crecimiento de la oposición islámica, en buena medida impulsada por las condiciones de pobreza, Egipto se encuentra en una encrucijada ante la incertidumbre política. No existe en este momento una figura que sustituya a Mubarak, quien a sus 80 años se encuentra enfermo. En la última década ha impulsado a uno de sus hijos, Gamal, para ocupar su lugar bajo un aurea reformadora. Sin embargo, la sucesión no se ha concretado y no cuenta con el favor popular.

En este sentido, la guerra de Gaza tiene como escenario alterno la sucesión política egipcia. Un triunfo de Hamás habría ofrecido un caso de éxito para la Hermandad Musulmana, fortaleciendo al principal enemigo al régimen de Mubarak. Un escenario donde el fundamentalismo islámico se hiciera del poder en el mayor país árabe sería funesto para la estabilidad de la región. Más aún, sería el corolario de años de represión y falta de libertades que han impuesto los regímenes autoritarios en el Medio Oriente, velando más por sus intereses particulares que por los de sus sociedades. Pasó el tiempo en el que Israel era el principal pretexto para que los regímenes autoritarios se perpetuaran en el poder. Ante el ascenso de Hamás, la paz entre israelíes y palestinos es apremiante. También lo son las reformas políticas y económicas que generen condiciones sociales más justas, con lo que se pondría un alto a la falsa alternativa que ofrecen los movimientos totalitarios de corte islamista en el resto del mundo árabe.

jueves, 22 de enero de 2009

OBAMA: ¿UNA NUEVA ERA PARA EL MEDIO ORIENTE?

OBAMA:

¿UNA NUEVA ERA PARA EL MEDIO ORIENTE?

JOSÉ HAMRA SASSÓN

MEDIO ORIENTE, UN MUNDO ENTERO

REVISTA ANTENA RADIO 107.9 FM

22 DE ENERO DE 2009

Barack Husein Obama intentará renovar el papel de Estados Unidos en el sistema internacional. En su discurso inaugural dibujó una política exterior que contrasta con los parámetros que siguió el gobierno de George W. Bush durante 8 años. El reto de Obama no es menor: quiere recuperar el liderazgo internacional y limpiar la imagen de su país.

Es cierto que es aún muy temprano para saber si será capaz de lograrlo o si, en el peor de los casos, sus intenciones son genuinas. Cierto es también que Obama y su equipo entienden que el paquete es sumamente complicado y se han puesto a trabajar, incluso antes de que iniciara formalmente su mandato. El día de hoy, el presidente Obama firmó el decreto con el cual la cárcel de Guantánamo deberá ser cerrada en el lapso de un año. Igual suerte seguirán las cárceles clandestinas establecidas por la CIA en varias partes del mundo. Con esta decisión, Obama busca purgar este oscuro episodio de la Administración de George W. Bush. Episodio que avaló la tortura en los interrogatorios a sospechosos de ser terroristas. La guerra contra el terrorismo, en palabras de Obama, no debe hacerse a costa de los ideales de libertad que defiende Estados Unidos.

Podemos sostener que nuestro vecino del norte, con Obama o con quien sea que despache en la Oficina Oval, seguirá siendo Estados Unidos: la potencia se rige en el sistema internacional por sus intereses y no por ser el amigo más popular del barrio. Digamos que actúa como prácticamente todos los países. Pero la fascinación global por Obama reside en un discurso renovado que regresa a los valores centrados en el bienestar común, en la comprensión de que este mundo ha cambiado, y por lo tanto, como señaló en su discurso del martes, Estados Unidos también debe cambiar. Vale la pena darle el beneficio de la duda.

Así pues, la promesa del cambio radical en la política exterior de Washington hacía Medio Oriente empieza a tomar forma. El día de ayer (21 de enero) Obama se reunió con su gabinete de Seguridad Nacional y los responsables castrenses en Irak para poner en marcha el plan para retirar, en 16 meses, a sus 140 mil soldados de ese país. Salir de Irak, como se ha planteado, será sumamente difícil. El país invadido por Bush está social y políticamente fragmentado por sus diferencias étnico-religiosas. Sería una irresponsabilidad huir del desastre iraquí sin asegurar un plan que evite una guerra civil. Posiblemente ese proyecto implique el fin del país llamado Irak que se creó al finalizar la Primera Guerra Mundial. En ese caso, deberá evaluarse el impacto regional que tendría la desintegración iraquí.

Como lo prometió en su campaña, la salida de Irak responde a la necesidad de re-direccionar la guerra contra el terrorismo para enfocarla en Afganistán y Pakistán. En la frontera entre estos dos países se localiza el hervidero de Al-Qaeda. Todavía está por verse de qué forma el nuevo gobierno estadounidense echará a andar la nueva estrategia. Lo que sí ha vislumbrado es un nuevo acercamiento con el Medio Oriente y el resto del mundo: reconstruir el orden multilateral para hacer frente a la amenaza global del terrorismo. En este sentido, Obama elevó a nivel de gabinete el cargo de Embajador de Estados Unidos en la ONU.

En sus primeras palabras y acciones, el presidente Obama busca erradicar la noción del “Choque de Civilizaciones” en la que se montó la política exterior de su antecesor. En su discurso inaugural resaltó la de pluralidad religiosa y cultural de la sociedad estadounidense, lejana a la soberbia de un exclusivo club impuesta por Bush y compañía. Desde esa diversidad, habló al mundo musulmán al que le ofreció respeto mutuo. En el caso del programa nuclear iraní, Obama refrendó su compromiso para abordarlo a través de todo tipo de mecanismos diplomáticos para neutralizar la amenaza.

Finalmente, el nuevo presidente estadounidense ya se remango la camisa para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos. De la mano de Hillary Clinton, su secretaria de Estado, en principio busca un cese al fuego definitivo entre Israel y Hamás. Al nombrar a George Mitchell como enviado especial para el Medio Oriente, Obama confirma su disposición para resolver activamente el conflicto israelí - palestino, tal y como lo declaró este jueves. Apoyado por el equipo que guió las negociaciones de paz hasta el año 2000, seguramente rescatará los parámetros de Bill Clinton para buscar resolver el conflicto. Es decir, asegurar la creación de un estado palestino viable en Gaza y Cisjordania, desmantelar los asentamientos judíos en los territorios palestinos y salvaguardar la integridad de Israel, entre otras cosas. En buena medida, el éxito de Obama y su equipo en Medio Oriente dependerá de un acuerdo de paz justa entre Israel y Palestina. Obama, de entrada, ya tiene un punto a su favor: no es George W. Bush. El resto está por escribirse.

jueves, 15 de enero de 2009

GUERRA EN GAZA: LA COMPLEJIDAD QUE NO ENTIENDE HUGO CHÁVEZ

GUERRA EN GAZA:

LA COMPLEJIDAD QUE NO ENTIENDE HUGO CHÁVEZ

JOSÉ HAMRA SASSÓN

MEDIO ORIENTE, UN MUNDO ENTERO

REVISTA ANTENA RADIO 107.9 FM

15 DE ENERO DE 2009

Los gobiernos de Venezuela y Bolivia rompieron relaciones con Israel pretextando la guerra en Gaza. Ambos han manifestado su repudio a las acciones bélicas de Israel y han tomado partido sin reparar en la complejidad del conflicto palestino israelí. Hugo Chávez y Evo Morales responden así a las directrices de Irán, el régimen teocrático con el cual se han aliado en aras de reconfigurar el sistema internacional. En la perspectiva del presidente iraní, este planteamiento incluye la destrucción del Estado judío. Curiosamente, los gobiernos de estos dos países latinoamericanos han sido los únicos que han roto relaciones con Israel. Vamos, ni siquiera la OLP, ni Egipto, ni Jordania lo han hecho.

¿Acaso Chávez se manifestó alguna vez de la misma forma respecto al genocidio en Darfur, que ha dejado hasta el momento unos 400 mil muertos? ¿Acaso el adalid bolivariano rompió relaciones con Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón o Australia tras la invasión a Irak? Chávez, que se ha armado hasta los dientes de equipo militar ruso, ¿rompió con Georgia tras la guerra en Osetia del Sur en agosto del año pasado? Chávez replica con elocuencia la retórica de Mahmoud Ajmadineyad, que apoya directamente a Hamás, un movimiento que dista de enarbolar los valores democráticos que supuestamente abandera el chavismo. Y si hay duda de esto, habría que preguntarse sobre la persecución que estos dos regímenes ejercen sobre sus respectivas oposiciones. Curiosamente, Chávez y Ajmadineyad sobreviven políticamente gracias a que usan la riqueza del petróleo para sostener sus proyectos. Con la dramática caída en los precios del crudo, la guerra en Gaza les permite legitimar su política represiva disfrazada de democracia.

La lamentable guerra en Gaza no puede verse bajo el prisma maniqueo de la retórica chavista. Lo decía Amos Oz hace unos años: la gran tragedia del conflicto israelí-palestino es que las dos partes tienen razón. Los derechos de ambos pueblos sobre la misma tierra son igualmente genuinos. En pocas palabras, este conflicto no puede entenderse identificando buenos y malos. No obstante lo anterior, no podemos poner de lado la crudeza de la guerra, que ha dejado tras 20 días 1,100 muertos palestinos, entre ellos al menos 300 niños. Esta guerra cuenta con dos responsables inmediatos, el liderazgo de Hamás y el gobierno de Ehud Olmert, heredero político de Ariel Sharon. El primero, por no medir las consecuencias para su pueblo tras agredir incansablemente el sur del territorio israelí. El segundo, por no comprometerse con el proceso de paz y buscar imponer condiciones a los palestinos. Esta guerra, y sus muertos en ambos lados, son resultado de la soberbia compartida.

En estos momentos se negocia una tregua que ponga fin a la violencia. Egipto, Francia, Estados Unidos y hasta el Secretario General de la ONU se han puesto a trabajar en ella. En principio, tanto Hamás como Israel aceptan en términos generales las condiciones proyectadas: fin de los ataques de Hamás a territorio israelí, apertura del cruce de Rafah entre Gaza y Egipto, así como una probable presencia de fuerzas extranjeras para mantener la paz. El gobierno de Olmert insiste en que se debe garantizar el fin del contrabando de armamento y el liderazgo de Hamás que se condicione la retirada de las tropas israelíes.

El recrudecimiento en las últimas horas de los ataques contra objetivos de Hamás presume que el acuerdo para la tregua está cerca. Ambas partes buscan incrementar su posición de fuerza ante la negociación. Israel, con su aparato bélico, lleva la mano. Pero a Hamás, como lo he sostenido en diversas ocasiones, no se le puede vencer. No hay forma de acabar con él, porque su razón de ser trasciende a la resistencia armada y sus actos terroristas. Sin embargo, sí se puede neutralizar y minimizar su influencia en la calle palestina. La política que implementaron los últimos gobiernos de Israel (avalada por George W. Bush) hacia los palestinos minó las posibilidades para que la Autoridad Nacional Palestina, encabezada por Al-Fatah, lograra legitimarse ante el pueblo palestino. Esta es una oportunidad que se abre para fortalecer a Mahmoud Abbas, su actual presidente. Aún así, las autoridades palestinas no están exentas de responsabilidad. La corrupción que impera en las cúpulas de Al-Fatah alejó a las bases del movimiento histórico que enarbola la causa palestina.

Por otra parte, la guerra en Gaza traerá consecuencias para Israel. El bombardeo israelí a edificios de la ONU y otras instancias internacionales, errores o no, hacen mella en su imagen como país que anhela vivir en paz con sus vecinos. Se puede explicar, pero de ninguna manera aceptar como inevitables la muerte de niños y mujeres. Las fuerzas de Israel saben que en Gaza no hay para donde escapar. La guerra contra Hamás llega así a un punto de inflexión. Si la tregua no cuaja, es posible que Cisjordania se contagie de la violencia. Hasta el momento la Autoridad Nacional Palestina se ha mantenido en un bajo perfil, reflejo de su debilitamiento. Le corresponde ser un actor central en las negociaciones del cese al fuego. Si no es incluido, perderá la poca legitimidad que le queda ante el pueblo palestino.

Así pues, la tregua, para que perdure, debe venir acompañada de un proyecto mucho más profundo que incluya la reconciliación inter-palestina y negociaciones definitivas de paz entre Israel y los palestinos. La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca es una oportunidad para reactivar el proceso que produzca una paz justa. Una renovada política exterior estadounidense debe garantizar una intermediación imparcial que asegure la existencia del Estado de Israel y la creación de un Estado viable para los palestinos. Es momento de poner un alto al número de muertos que ha producido durante 100 años el conflicto entre estos pueblos.

jueves, 8 de enero de 2009

GAZA: OTRA GUERRA QUE PUDO EVITARSE

GAZA: OTRA GUERRA QUE PUDO EVITARSE

JOSÉ HAMRA SASSÓN

MEDIO ORIENTE, UN MUNDO ENTERO

REVISTA ANTENA RADIO 107.9 FM

8 DE ENERO DE 2009

¿Logrará Israel poner un alto a Hamás? Lo dudo, y no porque simpatice con el movimiento fundamentalista. Al contrario, rechazo enfáticamente la ideología de Hamás y lo que pretende, entre otras cosas la destrucción del Estado judío. Me queda claro que ni el pueblo palestino, en general, ni Gaza, en lo particular, son Hamás. Pero Israel está alimentando a Hamás al lanzar todo su poderío bélico para responder a su provocación. Es claro también que el gobierno de Israel busque defender a sus ciudadanos. Tiene esa obligación, de eso no cabe la menor duda. Pero sólo podrá ofrecerles seguridad hasta que firme con los palestinos un acuerdo de paz justa.

En el fondo, esta guerra confirma dos premisas sobre las que yace el conflicto palestino-israelí: la primera es que violencia genera mayor violencia. La segunda premisa es que el conflicto no se resolverá mientras Israel mantenga la ocupación y el control de los territorios palestinos. Israel ha intentado casi todo para frenar el avance de Hamás en la sociedad palestina. Ha intentado casi todo para frenar los atentados terroristas y los ataques con cohetes Qassam con los que Hamás agrede constantemente a la población israelí. Israel ha implementado desde deportaciones hasta asesinatos selectivos de sus líderes.

En los últimos años, Ariel Sharon ordenó la desconexión unilateral de Gaza, ofreciendo a Hamás la oportunidad de capitalizar esta decisión como un logro de su lucha armada. El argumento redituó unos meses después, cuando Hamás triunfó legalmente en las elecciones palestinas de 2006. Ni el muro en Cisjordania, ni el bloqueo económico en Gaza después de que Hamás se hizo del control de la franja debilitaron al Movimiento de Resistencia Islámica. Al contrario, estas acciones lo fortalecieron frente al ala moderada palestina, representada por Al-Fatah, que ha perdido crédito ante su pueblo debido a las interminables negociaciones de paz con Israel, negociaciones que no avanzan hacia ninguna parte.

Israel lo ha intentado casi todo, pero lamentablemente no ha agotado la vía diplomática. No ha dado el paso necesario para concretar con la Autoridad Nacional Palestina de Mahmoud Abbas, que reconoce la existencia de Israel, un acuerdo de paz que determine la coexistencia de dos estados independientes con una Jerusalén compartida como capital. En la asimetría de la relación israelí-palestina, el Estado judío es, por su fortaleza institucional, el que marca el paso en ese rumbo. Pero Israel no agotó la diplomacia y esta guerra no acabará con Hamás. En buena medida, porque Hamás es un movimiento de bases. Su discurso, basado en el establecimiento de un Estado islámico regido por la shaaría, viene acompañado de una red de asistencia social que atiende, desde hace al menos 20 años, los vacíos que ni la ocupación israelí ni la Autoridad Nacional Palestina han querido o podido llenar.

En otro orden de ideas, la guerra en Gaza tiene una arista regional que es necesario abordar para dimensionar el conflicto. Hacerlo permitirá entender la relativa pasividad de países árabes como Egipto y Arabia Saudita. Incluso la pasividad de la Comunidad Internacional frente las lamentable muerte de al menos 600 palestinos en Gaza. Hosny Mubarak, el presidente egipcio, sostuvo esta semana que Hamás no puede ganar esta guerra. Un nuevo éxito de Hamás, aunque sea puramente perceptivo, implicaría un dolor de cabeza para El Cairo. Y es que la principal oposición al régimen de Mubarak se encarna en la Hermandad Musulmana, la organización islamista de donde emanó Hamás. Ese escenario implicaría una amenaza real para el régimen justo cuando Egipto está inmerso en la incertidumbre de la transmisión de poder. En este sentido, parecería ser que el Ejército de Israel le está haciendo el trabajo sucio a Mubarak para salvaguardar la continuidad de su régimen.

Por otra parte, la guerra en Gaza hace evidente la creciente influencia de Irán en la región y lo que eso implica para el liderazgo tradicional de Egipto y Arabia Saudita en el mundo árabe. Desde que Hamás se hizo del control de la franja en 2007, el régimen de los Ayatolas no ha cesado de armarlo. Al igual que lo hizo con Hezbollah en El Líbano, Irán pretende ampliar su control en la zona a través de los movimientos extremistas que financia. No sorprende que el liderazgo de Hamás en el exilio sirio se reúna constantemente con las figuras políticas más prominentes de Irán. En buena medida, Hamás no renovó la tregua con Israel a finales de diciembre gracias a las consultas con Teherán. Un éxito de Hamás sería una bocanada de oxígeno para el gobierno de Mahmoud Ajmadeniyad, cuyo populismo hace agua tras la caída de los precios del petróleo. Desde la perspectiva iraní, la guerra en Gaza es una oportunidad para profundizar el encono entre el sunnismo y el shiísmo en el mundo árabe, y con ello afianzarse como nueva potencia regional a costa de Egipto.

Así pues, el contexto regional también es un factor a considerar en todo lo que se ha dicho y escrito sobre esta dolorosa y triste guerra. Independientemente de todo, es urgente una tregua total que asegure a Israel el fin de las agresiones de Hamás y que a la par acabe con el bloqueo israelí sobre Gaza. Los civiles de Israel merecen vivir en paz sin el temor a que les caiga un Qassam. Los civiles de Gaza no merecen más sufrimiento, ni que se sigan apilando sus muertos por una guerra más que pudo evitarse.