GUERRA EN GAZA:
LA COMPLEJIDAD QUE NO ENTIENDE HUGO CHÁVEZ
JOSÉ HAMRA SASSÓN
MEDIO ORIENTE, UN MUNDO ENTERO
REVISTA ANTENA RADIO 107.9 FM
15 DE ENERO DE 2009
Los gobiernos de Venezuela y Bolivia rompieron relaciones con Israel pretextando la guerra en Gaza. Ambos han manifestado su repudio a las acciones bélicas de Israel y han tomado partido sin reparar en la complejidad del conflicto palestino israelí. Hugo Chávez y Evo Morales responden así a las directrices de Irán, el régimen teocrático con el cual se han aliado en aras de reconfigurar el sistema internacional. En la perspectiva del presidente iraní, este planteamiento incluye la destrucción del Estado judío. Curiosamente, los gobiernos de estos dos países latinoamericanos han sido los únicos que han roto relaciones con Israel. Vamos, ni siquiera la OLP, ni Egipto, ni Jordania lo han hecho.
¿Acaso Chávez se manifestó alguna vez de la misma forma respecto al genocidio en Darfur, que ha dejado hasta el momento unos 400 mil muertos? ¿Acaso el adalid bolivariano rompió relaciones con Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón o Australia tras la invasión a Irak? Chávez, que se ha armado hasta los dientes de equipo militar ruso, ¿rompió con Georgia tras la guerra en Osetia del Sur en agosto del año pasado? Chávez replica con elocuencia la retórica de Mahmoud Ajmadineyad, que apoya directamente a Hamás, un movimiento que dista de enarbolar los valores democráticos que supuestamente abandera el chavismo. Y si hay duda de esto, habría que preguntarse sobre la persecución que estos dos regímenes ejercen sobre sus respectivas oposiciones. Curiosamente, Chávez y Ajmadineyad sobreviven políticamente gracias a que usan la riqueza del petróleo para sostener sus proyectos. Con la dramática caída en los precios del crudo, la guerra en Gaza les permite legitimar su política represiva disfrazada de democracia.
La lamentable guerra en Gaza no puede verse bajo el prisma maniqueo de la retórica chavista. Lo decía Amos Oz hace unos años: la gran tragedia del conflicto israelí-palestino es que las dos partes tienen razón. Los derechos de ambos pueblos sobre la misma tierra son igualmente genuinos. En pocas palabras, este conflicto no puede entenderse identificando buenos y malos. No obstante lo anterior, no podemos poner de lado la crudeza de la guerra, que ha dejado tras 20 días 1,100 muertos palestinos, entre ellos al menos 300 niños. Esta guerra cuenta con dos responsables inmediatos, el liderazgo de Hamás y el gobierno de Ehud Olmert, heredero político de Ariel Sharon. El primero, por no medir las consecuencias para su pueblo tras agredir incansablemente el sur del territorio israelí. El segundo, por no comprometerse con el proceso de paz y buscar imponer condiciones a los palestinos. Esta guerra, y sus muertos en ambos lados, son resultado de la soberbia compartida.
En estos momentos se negocia una tregua que ponga fin a la violencia. Egipto, Francia, Estados Unidos y hasta el Secretario General de la ONU se han puesto a trabajar en ella. En principio, tanto Hamás como Israel aceptan en términos generales las condiciones proyectadas: fin de los ataques de Hamás a territorio israelí, apertura del cruce de Rafah entre Gaza y Egipto, así como una probable presencia de fuerzas extranjeras para mantener la paz. El gobierno de Olmert insiste en que se debe garantizar el fin del contrabando de armamento y el liderazgo de Hamás que se condicione la retirada de las tropas israelíes.
El recrudecimiento en las últimas horas de los ataques contra objetivos de Hamás presume que el acuerdo para la tregua está cerca. Ambas partes buscan incrementar su posición de fuerza ante la negociación. Israel, con su aparato bélico, lleva la mano. Pero a Hamás, como lo he sostenido en diversas ocasiones, no se le puede vencer. No hay forma de acabar con él, porque su razón de ser trasciende a la resistencia armada y sus actos terroristas. Sin embargo, sí se puede neutralizar y minimizar su influencia en la calle palestina. La política que implementaron los últimos gobiernos de Israel (avalada por George W. Bush) hacia los palestinos minó las posibilidades para que la Autoridad Nacional Palestina, encabezada por Al-Fatah, lograra legitimarse ante el pueblo palestino. Esta es una oportunidad que se abre para fortalecer a Mahmoud Abbas, su actual presidente. Aún así, las autoridades palestinas no están exentas de responsabilidad. La corrupción que impera en las cúpulas de Al-Fatah alejó a las bases del movimiento histórico que enarbola la causa palestina.
Por otra parte, la guerra en Gaza traerá consecuencias para Israel. El bombardeo israelí a edificios de la ONU y otras instancias internacionales, errores o no, hacen mella en su imagen como país que anhela vivir en paz con sus vecinos. Se puede explicar, pero de ninguna manera aceptar como inevitables la muerte de niños y mujeres. Las fuerzas de Israel saben que en Gaza no hay para donde escapar. La guerra contra Hamás llega así a un punto de inflexión. Si la tregua no cuaja, es posible que Cisjordania se contagie de la violencia. Hasta el momento la Autoridad Nacional Palestina se ha mantenido en un bajo perfil, reflejo de su debilitamiento. Le corresponde ser un actor central en las negociaciones del cese al fuego. Si no es incluido, perderá la poca legitimidad que le queda ante el pueblo palestino.
Así pues, la tregua, para que perdure, debe venir acompañada de un proyecto mucho más profundo que incluya la reconciliación inter-palestina y negociaciones definitivas de paz entre Israel y los palestinos. La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca es una oportunidad para reactivar el proceso que produzca una paz justa. Una renovada política exterior estadounidense debe garantizar una intermediación imparcial que asegure la existencia del Estado de Israel y la creación de un Estado viable para los palestinos. Es momento de poner un alto al número de muertos que ha producido durante 100 años el conflicto entre estos pueblos.
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